Las falacias sobre la unidad de la izquierda peruana y un testimonio de parte

Miguel Cortavitarte

Espíritu unitario, enemigo común, coincidencia programática: estos son situaciones necesarias o suficientes para la unidad que sin embargo nuestra izquierda ha transformado en falacias. Es decir, que pueden presentarse con contundencia argumentativa y sin embargo la unidad se hace imposible. O por otro lado pueden estar ausentes y aún así se produce una unidad rotulada precariamente de izquierda pero incoherente y deformada. La unidad se convirtió en estos días entonces en poco más que una negociación por posicionamientos electorales que desenmascararon lo apetitos grupales e individuales; no en una necesidad ante las declaraciones unitarias de todos los espacios políticos progresistas, el crecimiento de un enemigo fascistoide representado especialmente por el fujimorismo o la hegemonía ideológica del programa neoliberal.

Es más, diría también que estas condiciones para la unidad, casi convertidas en principios generales, fueron usadas burdamente para negociar las listas parlamentarias. El evocado espíritu unitario se convirtió en una especie de trampa retórica por la cual unos presionaban a otros (supuestamente menos unitarios) con el castigo moral de ser catalogados de divisionistas; la presencia del enemigo común se convirtió en un simple discurso para fortalecer la urgencia de la inclusión negociada; las coincidencias programáticas para ser enarboladas como barreras irreductibles en un principio, para luego ser desechadas en cuanto el menos coincidente abriera sus puertas a los que gritan en los extramuros del sistema partidario legal o a los que buscan retornar a las curules parlamentarias. Resumiendo la situación final: no se produjo la unidad, se relativizó la presencia de viejos aliados del enemigo común y no se unieron los más afines programaticamente.

Si la izquierda peruana no fuera marginal, toda esta negociación entre sus confusas estructuras partidarias hubiera generado un escándalo público y la posterior crisis política de un espacio de representación popular. Sin embargo, en esta época de crisis de partidos políticos, de liderazgos de barro y de redes de clientela con inscripción, lo que se ha presentado es una sensación de hartazgo. O también de burla en algunos y de vergüenza ajena en otros, sobre todo si se confirma la separación del MNI de la flamante alianza “Fuerza Social”. Quienes promovieron dos encuentros de izquierda para convocar al nacionalismo y posteriormente gritaron a los cuatro vientos sus coincidencias programáticas, pero no tuvieron el menor reparo para irse con otro proyecto que proponía desde un inicio la división y el deslinde tajante con el pretendido aliado, tendrían realmente lo que se merecen.

Personalmente, como ciudadano, firmé meses atrás la carta de convocatoria pública al Primer Encuentro de las Izquierdas, a pesar de mis constantes aprehensiones sobre la izquierda tradicional. Lo hice porque me considero de izquierda desde hace muchos años y creí necesario darles el último beneficio de la duda a quienes se identifican de la misma manera. Soy además parte de una generación que vivió la división agónica de izquierda unida, el sectarismo y mesianismo asesino de Sendero Luminoso, la implantación brutal del neoliberalismo y del terrorismo de Estado, la entronización de la corrupta y delincuencial banda fujimontestinista. El ser de izquierda en esos oscuros años no solamente te convertía en un marginado, sino en un conspirador. Para la mayoría de los jóvenes de la década de los noventa la izquierda partidaria se había volatilizado; para los menos, languidecía con sus sindicatos controlados, pero a pesar de todo aún era una opción a seguir ante la realidad infamante en la que vivíamos, una elección por la que debíamos sacrificarnos.

En los años finales de esa década terrible, jóvenes de diferentes procedencias e ideologías y jóvenes de izquierda, coincidimos en las calles, barrios y universidades luchando contra la dictadura de Fujimori y Montesinos. En esa época conocí a muchos amigos en aquellas movilizaciones contra el régimen, la mayoría de los cuales hoy han tomado distintos rumbos. Los menos (entre los que me incluyo), decidieron definitivamente hacer de la militancia un proyecto de vida y de la reconstrucción de la izquierda una tarea imprescindible para generar un instrumento de cambio en un país históricamente injusto y desigual. Una vez recuperada la democracia soñamos, más que intentamos, la reunificación de la izquierda, al menos de la juvenil, mientras en la práctica, lamentablemente parecíamos heredar los viejos vicios de la izquierda partidaria.

Durante los últimos años de democracia procedimental he vivido en el microcosmos de la izquierda de todo un poco. Fraternidad, compañerismo, aprendizaje colectivo y he ganado amigos de por vida. También alguna vez he padecido burdas infamias y difamaciones de la peor calaña, y no sólo de izquierdistas de mi generación, sino de aquellos que buscaron instrumentalizarnos para recuperar la gloria perdida o la nunca ganada. Ante la atomización política; la lucha por la supervivencia y el ansia de hegemonismo de grupos y caudillos requería la liquidación del compañero de al lado que señalaba la hipocresía, la irresponsabilidad o la inconsecuencia. Han sido, como decía líneas arriba, prácticas heredadas que casi nos liquidaron como generación. Y mientras no asumíamos nuestra obligación histórica y caíamos en los mismos vicios, los viejos partidos se recomponían defectuosamente, sin realizar una seria autocrítica de aquellos errores cometidos, causantes de la desmembración de la otrora poderosa izquierda peruana.

Hoy la mayoría cree falsamente que los resultados de la división de la izquierda y el nacionalismo progresista son productos de hechos actuales y de mezquindades con nombre propio. Lo que no se entiende es que simplemente es el resultado de décadas de errores no asumidos, de liderazgos encallecidos incapaces de dar un paso al costado ante su evidente fracaso y, lo que es peor aún, de las traiciones de una terca dirigencia a sus propios representados. Apenas poco tiempo después del derrumbe de la dictadura, estuve alguna vez, representando a mi organización, sentado en una reunión de las “cúpulas” de la Coordinadora Nacional de Izquierda, percibiendo que la unidad no era más que una negociación de esos jerarcas que en promedio me duplicaban la edad. Casi una década después, he sentido lo mismo, con prácticamente los mismos dirigentes, en todas las reuniones que participé del formado “Polo de Izquierda” y en las dos reuniones, falsamente llamadas nacionales, de las izquierdas.

Aún en contra de lo que muchos compañeros de mi generación (y de las nuevas) puedan pensar sobre las causas de la fragmentación, división y pequeñez política de nuestra izquierda, creo entender que no se relacionan, en este momento, principalmente por diferencias programáticas y estratégicas. Tampoco por principios organizativos verticales y antidemocráticos. Se trata de los hombres y mujeres de carne y hueso que se valen de todas las artimañas (y discursos) posibles para mantenerse vigentes, para negociar en nombre de otros sus propios beneficios individuales y aplastar cualquier intento de renovación dirigencial en sus partidos, que precisamente haga posible el urgente debate programático, estratégico y orgánico. Se trata de aquellos que sienten la democracia interna como una amenaza al poder que buscan recuperar para sí mismos con ansia y desesperación.

Y es que fueron las reuniones a puerta cerrada o en los segundos pisos y a espaldas de las bases, entre estos mismos dirigentes, las que hicieron fracasar también la ANP y la CPS. Reuniones que decidían los resultados de esas falsamente democráticas asambleas, realizadas para la foto y el engaño de los ingenuos. No es pues nuevo ni debe sorprender el fracaso actual, en cuanto son los mismos guías y protagonistas, quienes vienen construyendo la recurrente historia de desencuentros unitarios para el negocio electoral. Y si algo me dice que esta situación pretende extenderse en el futuro, es lo que pude ver en la conferencia de prensa de lanzamiento de Fuerza Social. Un vetusto pero acaparador Breña Pantoja, desesperado por el protagonismo mediático, representando a la más grande estructura partidaria de la alianza. Un hombre que más allá de su individualidad expresa en sí mismo la falta de renovación, el fracaso y el oportunismo de la izquierda.

Creo tener algunos amigos en el MNI (que espero lo sigan siendo después de estas líneas) y no puedo entender la imposibilidad de su renovación. Se me ocurre al menos el nombre de un dirigente relativamente joven que tiene muchos más méritos y mejores capacidades que Breña para haber estado en aquella conferencia de prensa, situación que al menos le hubiese dado otro aire a un proyecto que parece abortará, si no es en los próximos días, definitivamente culminada la elección. ¿No entiende la militancia del MNI-PR que su dirigencia está enterrando con su aberrante oportunismo el futuro de su partido? ¿No pueden impedirlo mis compañeros de generación? Y la alianza en general ¿puede hablar de nuevas formas de política presentando en esa misma mesa a pseudo dirigentes que no representan a nadie? ¿La democracia cristiana puede ser presentada como una “fuerza política”? ¿El señor Valer representa a Lima para Todos o a los microempresarios? ¿Alguien se ha ocupado de revisar la trayectoria personal de este último personaje en la Central Única de Trabajadores o en el referente político que dice representar?

Porque además, si de lo que se trataba era de ser moralmente superior de la derecha fundando un referente político distinto, lo que se representaba en esa alianza, en ese día en particular y ante los ojos de la ciudadanía, era un patraña. No era pues en absoluto una superación de las corrompidas formas de hacer política de la derecha. Teníamos la unidad por conveniencia pero sin coincidencias ideológicas, los dinosaurios políticos propietarios de partidos y los membretes rimbombantes sin bases reales. Teníamos convertidos en izquierda al combo de PPK, un par de “cambios radicales” a lo Barba, un Bedoya no retirado y vociferante y un par de representantes de referentes débiles a los Somos Perú o Acción Popular tratando de hacer creíble algo que solo puede conducirte a la estupefacción. Me preguntaba en especial que hacía ahí un grupo nuevo como Tierra y Libertad, creado como un espacio de renovación de la izquierda, y me quedaba sólo responderme que ahora más que nunca debemos desconfiar de las palabras y fijarnos más en las prácticas.

Mi generación ha sido absolutamente irresponsable. Creímos (o seguimos creyendo) que nuestro deber se cumplió cuando salimos a las calles contra la dictadura y nos enfrentamos a su represión y fichaje policiaco. Las viejas generaciones, la de los jerarcas impenitentes, creen haberse ganado una dirección vitalicia por muchas luchas más a lo largo de su extensa trayectoria. El contar sus fracasos sin embargo no está en sus planes, como no lo estará autocriticarse por haber en esta oportunidad destrozado una oportunidad probablemente irrepetible de acercar la izquierda a los pueblos del país. Y mucho menos lo está el dar un paso al costado. Habrá que extenderles nosotros mismos su carta de jubilación. Porque si es que algo debemos entender es que muy poco hemos luchado y hecho por la reconstrucción de un referente político para los desposeídos de nuestro país, hemos concedido y respetado en demasía una historia que no hemos vivido, tanto como hemos criticado sin asumir los riesgos de una dirección negada, más que por ellos, por nosotros mismos.

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