EL NUEVO CAMINO NACIONALISTA

La construcción de un proyecto nacional en el Perú ha sido esquivo. La persistencia de instituciones coloniales, el racismo y la desigualdad económica han neutralizado los distintos intentos políticos y sociales dirigidos a construir el relato nacional unificador, que rescate identidades y valores comunes. El intento más radical fue impulsado por el velasquismo, con la liquidación de los latifundios, la inclusión parcial de los campesinos como ciudadanos y un discurso nacionalista con una fuerte carga simbólica andina. Sin embargo, desde la última década del siglo pasado, agotados los procesos democratizadores desde el Estado y los movimientos sociales, son las elites las que están construyendo la idea nacional ligada a valores menos trascendentales, como el deporte o la tradición culinaria.



La idea nacional en consecuencia se ha evaporado continuamente, y desde el poder político o la sociedad, no se ha logrado forjar una comunidad cohesionada por un pasado y un futuro compartidos. Existen condiciones que, precisamente, van en contra de esa dirección. El etnocentrismo y la persistencia de la colonialidad son factores disgregadores de lo nacional. La profunda desigualdad económica, por otro lado, ha revertido les efectos de las olas democratizadoras sumiendo a los espacios rurales y urbano marginales en una pobreza brutal. Además, el fracasado proceso de descentralización ha empeorado la fractura territorial y mantenido, con pocos atenuantes, el centralismo limeño.

En el 2011, un candidato autodenominado nacionalista, ganó las elecciones. Su programa de gobierno propuso una “gran transformación” que, sin embargo, mantuvo en piloto automático el manejo económico e impulsó la llamada “inclusión social” como paliativo a la creciente desigualdad del modelo neoliberal. Inclusión significó para el humalismo nuevos programas asistencialistas y no la dignidad y reivindicación de grandes sectores de la población, oprimidas históricamente por la coalición dominante de turno. En la actualidad su versión panfletaria, el antaurismo, enarbola una ideología reaccionaria que inventa culturas estáticas ancladas en el pasado prehispánico, mientras en lo económico propone un estatismo demagógico y en lo cultural la xenofobia más simplista.

 


NACIONALISMO RADICAL FRENTE AL FALSO NACIONALISMO

El nacionalismo radical se opone al falso nacionalismo, sea en su versión asistencialista o en la ultra xenofóbica. El primero emancipa, libera, pues sólo se puede formar una nación a partir de ciudadanos que se reconocen ajenos a la opresión y la miseria, primer requisito para valorar una historia y futuro comunes. El segundo, en mayor o menor medida, polariza de manera discursiva pero mantiene la misma lógica de negociación con el poder e inalterable la coalición dominante, buscando incluirse en ésta de manera oportunista. La demagogia xenofóbica del falso nacionalismo es la cortina que utiliza para mantener los mismos mecanismos de dominación política y la concentración elitista de la riqueza.

En consecuencia, la economía es el campo donde el nuevo nacionalismo debe actuar; es la primera etapa donde se inicia la consolidación del proyecto nacional. Si el primer movimiento nacionalista fracasó fue porque la economía naufragó en el estatismo. Casi la mitad de las empresas terminaron en manos de un Estado ineficiente y no en las de los ciudadanos, cuando además la identificación del Estado con la sociedad era incipiente a pesar de los intentos por crear una identidad nacional desde el gobierno. La estatización compulsiva generó nuevamente un cisma en el proyecto nacional, pues gran parte de la producción y riqueza estaba en manos del Estado y el resto en una renovada cúpula empresarial. De esta manera se reorganizó el poder  en el país; por un lado, la nación oficial insertada en la modernización capitalista y con representación política, y por otro, amplios sectores excluidos de los beneficios del capital y reconocimiento social, mayoritariamente andinos y amazónicos.

El desafío ahora, luego de décadas de confrontaciones entre las mafias políticas que se arrebatan el Estado, es devolver la economía, expropiada por los grupos de poder o por un Estado infestado de corrupción, a la gente. O, dicho de otra manera, que el control de la economía y de la riqueza esté en manos de la comunidad nacional en formación, contribuyendo de esa manera a eliminar las profundas desigualdades que el país padece y que resienten cualquier posibilidad de integración entre los peruanos. La informalidad en todas las actividades económicas es la más clara expresión de la fractura nacional, que obliga a cerca del 80% de la población a trabajar al margen de las normas, con acceso costoso al capital y al mercado mientras están a merced de la acción violenta y expoliadora del Estado. El discurso emprendedor ha romantizado un drama y ocultado el verdadero rostro de nuestra fragmentación.


NACIONALIZAR LA ECONOMÍA

El nuevo nacionalismo, como se ha dicho, debe empezar con la economía. Nacionalismo no es sin embargo sinónimo de estatización.  La solución en esta época está en la recuperación, por parte de la nación en formación, de los recursos naturales apropiados por las elites. Es, por ejemplo, revertir hacia la economía de los peruanos los beneficios abusivos otorgados a los capitales extranjeros por un Estado tradicionalmente corrupto. Es, sobre todo, fortalecer dos actividades estratégicas; la llamada minería artesanal y la agricultura familiar. La transferencia de capital hacia estas actividades económicas nacionales, en forma de conocimiento y tecnología, así como a través de créditos, subsidios y acceso a mercados internacionales, implica una verdadera revolución nacionalista.

La minería artesanal ha sido satanizada por el Perú oficial y sus medios de comunicación. Se le acusa de delictiva, como si la delincuencia y el crimen organizado no estuvieran mezcladas con otras actividades económicas. Los mineros artesanales son en realidad una fuerza formidable para lograr la prosperidad de miles de familias en todo el país y los ejecutores directos de la nacionalización de los recursos naturales. La agricultura familiar, por su parte, constituye la herramienta más potente para revertir la pobreza y generar la base de toda riqueza nacional. El agro ha sido abandonado desde la reforma agraria de Velasco y requiere una revolución tecnológica que logre incrementar la productividad rural y romper con la lógica de la agricultura de subsistencia. Ambas actividades necesitan además una sólida representación política, que bajo un programa nacionalista asegure su vinculación con otras reivindicaciones colectivas.


La nacionalización de la economía a través del agro y la minería tendrá como consecuencia la integración de los agentes económicos en todo el territorio. El fortalecimiento de la agricultura familiar y la minería artesanal impulsarán otras actividades económicas, así como el intercambio comercial con un impacto favorable en el consumo interno. Más allá del desarrollo económico que traería el nuevo proceso de nacionalización económica, lo más importante será el efecto en la cohesión comunitaria. Una prosperidad compartida fortalecerá el sentido de pertenencia a la nación y la revalorización cultural. De la misma manera, fortalecida la comunidad, reconstruido un Estado representativo y una democracia plena, la defensa contra los enemigos de la nación peruana, dentro o fuera de nuestras fronteras, será finalmente eficaz.

Miguel Cortavitarte


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