CUBA, DERECHOS HUMANOS Y SUBVERSIÓN

Miguel Cortavitarte
Si bien es cierto no se ha presentado en el Perú un debate a gran escala del caso Zapata, el presidiario cubano que llevó una huelga de hambre hasta las últimas consecuencias en la Isla, sí ha generado en un sector de la debilitada izquierda peruana algunos pronunciamientos críticos de distinto nivel. Desde los medios de comunicación el tema también generó algunos artículos periodísticos; aquellos de posición progresista dieron cuenta del caso en tono de denuncia y como era de esperarse los medios de la prensa conservadora, continuaron con el ataque frontal al régimen al que acusan de ser una dictadura persistente y cruel.

Lo cierto es que, más allá de tonos y posturas ideológicas, es claro que en Cuba se cometen excesos contra los presos políticos, seguramente contra los presos comunes y probablemente contra los ciudadanos comunes y corrientes. Se cometen y se han cometido acciones desproporcionadas desde que existe el poder instituido, es decir, en donde existen Estados, precisamente porque éstos son en buena parte aparatos de violencia legal. Y por ello, los incondicionales al régimen de la Isla en distintas latitudes se han apresurado, con cierta justeza, a sacar en cara los crímenes del otro lado. El debate en realidad no va por ahí, y sobre todo no debe ir hacia esa dirección para la izquierda, a menos que quieran esconder sus propias inconsistencias y debilidades.

Si bien es cierto, los ejes centrales de la crítica al régimen cubano son su persistente violación a los derechos humanos y su carácter dictatorial, habría sin embargo que especificar claramente que ambas líneas argumentativas contra las políticas del Estado cubano significan mas o menos lo siguiente: Cuba es un país sin democracia porque, en aras de mantener el poder, los Castro son capaces de algunas (supresión de ciertas libertades) o toda clase de violaciones a los derechos humanos (asesinatos, torturas, persecuciones) con tal de no tener oposición en la Isla; por lo tanto, mantienen un sistema de partido único, medios de comunicación estatizados y un partido que gobierna por décadas.

Este argumento se impone en distintas tiendas políticas en grados disímiles y en prácticamente todos los medios de comunicación aún cuando tenga serias desconexiones con la realidad, pues por ejemplo en Cuba no se han documentado jamás, por ningún organismo de DDHH serio, desapariciones forzadas o ejecuciones extrajudiciales, como en efecto se cometieron en muchas países Latinoamericanos, incluyendo el nuestro, y que más allá de algunos casos emblemáticos de justicia aplicada, han quedado impunes. Lo que hoy a la derecha y a cierta izquierda parece olvidársele es que queda pendiente aún un viejo debate: si los derechos humanos y la democracia son funcionales a la elección de un sistema político cualquiera. Y si este sistema político responde a un pacto social que funda lo que ahora se llama soberanía que a la vez justifica o limita la vigencia de los derechos universales y del cumplimiento de requisitos democráticos.

La subversión de los derechos humanos

Para empezar, nadie puede sostener que Cuba es una democracia. El socialismo que enarbola ha sido claramente definido desde su matriz ideológica marxista leninista como “dictadura del proletariado”, es decir, dictadura de los más sobre los menos, o democracia para los más, pero dictadura al fin para algunos. Y esta elección, este pacto social que nació de una revolución, ha sido refrendada durante décadas por un sector mayoritario de la población vía mecanismos institucionales como la elección de representantes parlamentarios a la Asamblea del Poder Popular. Es un sistema político y social fundado en el partido único, en las elecciones indirectas, en la jefatura carismática partidaria, en los índices de educación y salud como afirmación de esa democracia para los más que requiere aplicar violencia para los menos, para aquellos que piden libertades políticas y económicas que podrían poner en riesgo los derechos sociales alcanzados.

En realidad si Cuba ha soportado casi dos décadas el derrumbe del socialismo europeo ha sido justamente por su carácter dictatorial y por la represión a una disidencia relacionada directamente con actos de terrorismo y sabotaje. A Cuba por lo tanto los derechos humanos le suenan a discurso subversivo. Mediante el discurso de los derechos humanos y la democracia a Cuba y a su jefatura de Estado no sólo se le ha condenado año tras año, también se la ha intentado invadir, eliminar y aislar. No sólo es el bloqueo. También la desestabilización interna permanente, la oficina de intereses norteamericanos conspirando en el centro de La Habana y una red disidente financiada abiertamente por el dinero de la mafia cubano americana. En Cuba, el sistema no puede concebirse sin represión.

Esto se sostiene además en una concepción dialéctica no necesariamente restringida al socialismo leninista. Es necesaria la represión para alcanzar la estabilidad. O es necesaria la violencia para asegurar que el sistema funcione. También lo podemos plantear de otro modo aún cuando suene a paradoja: la democracia sólo existe para algunos si está sostenida por una dictadura para otros. Presentado el sistema político con esta frialdad puede traernos reminiscencias del oscuro periodo estaliniano, sin embargo, si tan sólo examináramos nuestra realidad veremos que crímenes execrables pero a la vez antisistémicos son castigados brutalmente en nuestra legislación y cualquier crítica frontal a ese castigo es considerado cómplice de subversión. Entonces, no sólo se castiga el crimen, sino además su justificación pública y su apoyo político, aún cuando éste se produzca pacíficamente.

La valoración general de los derechos humanos tiende a teñirse entonces del color del sistema, y por lo tanto de la ideología hegemónica, pues cualquier subversión del orden establecido siempre está relacionada, para el poder oficial y real, como fuente de muerte y destrucción. Atentar contra el sistema de dominación es un crimen imperdonable, tanto como la comisión de delitos de lesa humanidad. La legitimación entonces de políticas represivas responde siempre al mantenimiento del status quo y esto ocurre tan a menudo que muchas veces pasa inadvertido para todos nosotros. Un ejemplo de ello es el escaso impacto en la opinión pública de las decenas de miles de muertos durante el periodo de violencia política, o el silencio cómplice y hasta la algarabía de algunos sectores ante masacres como la de los penales o aquel aniquilamiento de subversivos en la casa del embajador japonés en el Perú.

La izquierda peruana ante la Cuba de hoy

En los últimos días el silencio de la izquierda peruana fue más expresivo que algún solitario comunicado de una nueva organización política. Ambas conductas llaman sin embargo la atención. La primera, por no solidarizarse oficialmente con el gobierno de Cuba ante los ataques y condenas globales recibidas por éste, lo que hace 20 años hubiese sido impensable. En el caso del comunicado de “Tierra y Libertad”, por repetir con un discurso algo menos enérgico, la misma condena que los liberales llevan a cabo contra las dictaduras en general, pero en especial, contra el régimen que consideran es el último residuo del totalitarismo socialista.

Probablemente el silencio responda al acomodo electoral y en ese caso compartiría con aquella crítica de la autoerigida nueva izquierda una misma toma de posición. Es una mirada desde un sistema político y sus valores. Pero además desde un sistema antagónico al criticado. Este argumento que parece tan elemental no es sin embargo tan simple. Y es que no hablamos aquí sólo de normas jurídicas, de la crítica a la violación de leyes universales (para el sistema que las impone) que deben ser aplicadas en todas las circunstancias posibles, aún cuando se refieren en este caso a un Estado acosado por muy poderosos enemigos externos. De lo que se trata es de no profundizar los planteamientos de un socialismo propio por inconsistente, mientras se ataca a aquel que no ha sido aún destronado por la originalidad o la “creación heroica”.

Se toma entonces posición por una democracia idealizada, radical en la retórica pero a toda luz insostenible ante la mundialización del capital y de la coerción, oponiéndola además no al socialismo, sino al realismo político de un Estado que ha sobrevivido al colapso de sus patrocinadores sin vender su alma completa a los capitales transnacionales. Se cuestiona la “lógica capitalista” mientras sólo se toma partido por sus instituciones democráticas mientras el régimen criticado logra aún defender relaciones de producción muy distintas a las imperantes en nuestros países. Se critica un proyecto agotado por el tiempo y el asedio pero no se propone una alternativa viable que realmente signifique una transformación real de las condiciones de vida de los sectores populares, es decir, lo que significa al fin y al cabo, una propuesta de izquierda.

Lo que al parecer no entienden los críticos del socialismo cubano es que sus argumentos, por más teñidos de retórica vacía e impracticable que estén, terminan en el fondo siendo tan viejos como las propuestas liberales que finalmente sitúan al individuo en el centro de la política y la economía desgajándolo de su dimensión colectiva. No hay nada nuevo entonces en los pedidos de democratización, elecciones y régimen competitivo o en las denuncias al autoritarismo y a la supresión de la libertad de expresión. En el caso Zapata, una parte de la izquierda baja la mirada o guarda silencio vergonzoso ante lo que siente injustificable discursivamente mientras la que habla utiliza viejas y corroídas armas de ataque contra Cuba, abrumada por un fantasma de la democracia que cree recorre sus mundos inexistentes. Mientras tanto en el Perú el socialismo no se debate más sino es para atacar al único que podría pasar por existente. O no se discute porque no hay nada que decir. El socialismo en el Perú ha muerto. Viva el Socialismo.

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