La izquierda mala y la izquierda buena

Miguel Cortavitarte

Las elecciones regionales y municipales de este año han resultado inesperadas en sus inusitados protagonismos. Porque en realidad más allá de las tachas y la extrema fragmentación electoral, nos trae una revivida bipolaridad en el espectro político; la presencia nuevamente de un supuesto antagonismo izquierda- derecha en el sistema proto-partidario peruano. Si en Lima para muchos era impensable que la izquierda política sea otra vez una opción como en la década de los 80, hoy la arremetida de Susana Villarán, representando una confluencia de movimientos políticos de esta tendencia, parece traer de vuelta una opción casi olvidada.

Pero además lo que también ha surgido con esta bipolaridad simbólica es la discusión sobre el significado de la palabra izquierda y lo que es permisible tolerar para el sistema existente, dominado por estructuras partidarias conservadoras, autoritarias o liberales, pero todas adoradoras del libre mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera a cualquier costo. O quizás no sea la muy necesaria discusión sobre su significado lo que esté presente aún, sino los parámetros en los que se puede mover un partido político para ser aceptado como contendor y no como un enemigo irreconciliable al que hay que arrojar a la trituradora mediática y a la persecución cuasi policial.

Tenemos como resultado que la hasta hace unos meses satanizada izquierda, culpable de todos los crímenes imaginables, desde complots internacionales antipatrióticos hasta matanzas como la de Bagua, hoy puede gobernar Lima con la venia de la mayoría los medios de comunicación que le obsequian un espacio condescendiente, hasta hace poco prácticamente monopolizado por el aprismo y el fujimorismo. Y entonces la izquierdista pero “democrática” Susana Villarán se convierte ahora en candidata de los sectores A y B, mientras la caída en desgracia Flores se contenta con el voto de los sectores populares de una Lima desorientada ideológicamente y empobrecida intelectualmente.

Lamentablemente la peor desgracia para una izquierda que nuevamente intenta levantarse es precisamente aquello: que el discurso sea tan digerible para el poder hegemónico que termine prácticamente siendo una variación liberal de lo que éste permite para que no cambie nada, ni en las mentalidades de la gente ni en las posibilidades de reorganización popular. Inocuo, vacío, cómplice. O lo peor de todo, que se pronuncie desde una izquierda potencialmente divisionista y fraticida. Una izquierda buena, cual modelo chileno o brasilero que debe segregar a otra mala, revoltosa, ignorante, violentista, nacionalista. Una buena hija obligada a deshacerse de aquella mala hermana que es pobre y sucia, que además le quita votos y la simpatía de un perverso padre empresarial. Una izquierda buena que recita lo que no cambia nada y elude lo potencialmente peligroso para quienes históricamente detentan el poder en el país.

Un síntoma, quizá poco visible, fue la lamentable puesta en escena de Jaime Bayly con Villarán en su programa televisivo y las preguntas de examen sobre Fidel Castro y Hugo Chávez. Aunque parezca exagerado, desde mi punto de vista puede ser comparado con las preguntas de un profesor tomándole la prueba de buena conducta a su alumna. ¿No parecen las respuestas cortas e inmediatas de Susana las de alguien desesperada por ganarse la simpatía de su examinador? El festejo posterior del presentador a las respuestas correctas, la chatura política de la candidata para darle el gusto a un no tan agazapado defensor del fujimorismo en la simplificación muda de dos procesos populares que trascienden sus gobiernos. Esta escena anticipó su hoy tácito deslinde con Patria Roja, exigido por quienes desde la derecha pretenden darle el rostro y el contenido a una izquierda conceptualmente peligrosa para sus intereses.

De esta manera las elecciones actuales no necesariamente favorecerán un resurgimiento de la izquierda peruana cuando desde el campo opuesto se promueve su ruptura y neutralización ideológica. Y además porque en los predios de la izquierda las cosas están tan mal como hace décadas, cuando las alianzas realizadas arrastraban problemas irresueltos a partir de las falencias sus propias organizaciones. La ausencia de renovación en sus liderazgos, la escasa democracia interna, la pobreza programática, la crisis ética y el mismo oligárquico proceso de formación de sus espacios unitarios, son actualmente limitaciones y vicios que los actuales dirigentes de las izquierdas se resisten a resolver, porque también se oponen a jubilar sus fracasos contundentes e inocultables.

Las soluciones sin embargo a una real construcción de un referente de izquierdas, a pesar de todas las críticas y emplazamientos, no pueden ser dictadas por aquel sector que busca su desaparición y menos aún deben ser escuchadas por la personalización de una embrionaria representación política progresista. Aún cuando la unidad estratégica está por ahora lejos de ser el remedo que apresurada y oportunistamente se ha constituido en esta ocasión, significa una posibilidad, un primer paso que debe orientarse a la democratización interna de sus múltiples organizaciones y a la adopción de mecanismos limpios y honestos de elección y representación unitaria. No son pues los grupos de poder y sus instrumentos mediáticos los que deben decidir quienes deben integrar hoy o en el futuro un frente de izquierda peruana. Y tan sólo esto último nos demanda ser coherentes y votar críticamente en estas elecciones, no por Susana Villarán, sino por la confluencia que ella representa.

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